jueves, 25 de octubre de 2012

Osadía invertebrada


He contado mentiras a los gatos que pasaban por la calle y luego he esperado a ver cómo reaccionaban. Les he hablado en el lenguaje de gatos más apoteósico que se pueda encontrar.

He fracasado cuando intenté estirar mis brazos para tocar la luna y mucho más fracasé cuando lo intenté durante el día, maldiciendo al sol por toda la oscuridad que anhelaba. Os juro que se rió de mí.

He escondido objetos valiosos de personas ajenas a esta ciudad, los enterré bajo la arena y me olvidé de recogerlos para darles algún uso.

Nunca fui melómano y fingí que lo era para desengañarme de este mundo tan atroz en el que solo podía salvarme una flauta dulce sonando con una canción de alguien que únicamente tocó en el metro.

Borré las heridas de mis recuerdos con un estropajo viejo restregándomelo por piernas y brazos como si fuera un salvaje intentando hacerse daño.

He olvidado mis años de penitencia en un bar de copas mientras leía a Eduardo Galeano a la vez que tomaba un café irlandés y comía un trocito de tarta de arándanos.

Odié a poetas que no tenían musa y me intenté camuflar entre los abismos de una fotografía en blanco y negro para que alguien me adoptase cómo inspiración suprema.

Me perdí entre las trincheras de una guerra de globos que inventamos los chiquitos de aquel barrio obrero que siempre tenía confusión para determinar cuál era la derecha y cuál era la izquierda.

Lloré al comprobar que la yema y la clara de huevo medio vacío se habían separado y tiraban de mí en sentidos contrarios.

Me empapé de luces, sombras y reflejos hasta alcanzar la figura chinesca perfecta que definiera un ovillo de lana que algunos osaron llamarlo Planeta Tierra.

Me aventuré sin sentido, sin ganas, sin esmero, dispuesto a no encontrarme jamás por miedo a darme cuenta de quién era realmente.

Me odié más a mi mismo que a nada ni a nadie en todo el universo. Y cuando me culpé por ello, solo pude que odiarme más.

Aún no recuerdo el momento en el que me lancé al vacío de oportunidades y las dejé pasar todas, una a una delante de mis ojos, fingiendo creerme dueño de todas mis decisiones.

Intenté más adelante aplicar toda esta sarta de interioridades a cualquier vida común y corriente, a espacios elocuentes y a momentos suspicaces de quienes nunca me leerán.

Y si el éxito también es aplicable al fracaso, diré que acerté de lleno.

jueves, 11 de octubre de 2012

Echenme a los leones, no merezco opinar.


A todos los jóvenes nos han dicho alguna vez esa perlita de “bendita juventud, cuántos pájaros tenéis en la cabeza”, supongo que hablo desde el prejuicio, la generalización, la experiencia de mi juventud y en nombre de todos esos pájaros tan sumamente especiales, pero he de decir que vosotros, tan maduros, tan serios, con tantos cargos a vuestro nombre, tenéis la cabeza llena de jaulas, sí, jaulas dónde se presupone queréis encerrar todos nuestros pájaros, dónde les adoctrinaréis para un mundo cargado de responsabilidades y obligaciones, un mundo donde prevalece la realidad y dónde no hay espacio para ilusionarse, para soñar o para luchar por lo que verdaderamente crees.

Yo pensaba que eso de hacerse mayor era seguir creciendo cada día, seguir teniendo tiempo libre, disfrutar con los amigos y con tu pareja, no dejar de aprender, enseñar y disfrutar con los pequeños, trabajar, saber cocinar y disfrutar mayoritariamente de una vida que consideres plena y en la que se te sientas medianamente feliz. No le echemos la culpa a los tiempos que corren, al dinero. Hoy en día hacerse mayor significa hipotecarse, no tener tiempo, aguantar a tus hijos, trabajar de algo solo por el dinero y no porque te gusta. Nos volvemos tan sumisos, ¿En serio? Sumisos de lo que siempre cuando éramos niños renegamos. En qué momento de tu vida, decides que crecer y madurar significa que todos tus sueños deben caberte en un piso de 80 metros cuadrados. Qué no hay lugar para tener pájaros en la cabeza o ilusiones estúpidas. Y lo peor de todo, en qué momento de la vida hablamos en nombre de esas jaulas con orgullo y superioridad, quedando a la juventud, qué tu también representaste en su día, cómo ilusos, niños, infantiles y exentos de cualquier responsabilidad. Perdónenme que les diga, a todos los adultos que hablan desde esa perspectiva que acabo de describir,  ¿Tan pronto se os olvidó que tuvisteis 20 años? Tan sabios os creéis metiendo aquí para justificaros a la pobre experiencia, a la que ni la va ni la viene, pues esto va de principios, para decirnos a nosotros lo que no podremos hacer.

Por cada vez que decís: “Qué de pájaros tienes en la cabeza” ; “No lo conseguirás, ya es hora de que madures” ; “Es imposible, para eso tienes que tener mucha suerte” ; “Eso no tiene salidas” Y demás soberanas estupideces que sólo pronuncia un frustrado, que todavía recuerda el día que él no lo logró, una pequeña ilusión muere. Tú no eres nadie, para decirle a alguien que no va a lograr algo, no eres nadie para dar un consejo negativo y que no te han pedido.
Supongo que si alguna persona que dijo esas frases, un adultito típico de este panorama lee esto, pensará que soy una niñata, una infantil y que me daré de bruces contra la realidad. No os culpo, no sois vosotros los que habláis, es la sociedad que consiguió domesticaros la que se pronuncia en vuestro nombre.

Nuestros pájaros, nuestra libertad.
Vuestras jaulas, vuestra realidad.

Un irónico saludo a todas las personas que se dieron por aludidas. Critíquenme, eso significa que desde mi infantil cabecita puedo mover pensamientos ajenos, y eso señores, es un lujo del que no todo el mundo puede presumir.
Muac.