De poetas que nacen callados y aprenden a hablar entre
pequeños suspiros donde la naturaleza se vuelve eterna en un verso y las musas
se vuelven ermitañas inclinándose ante cada rima.
De escritores varados en los bares ausentes de toda lucidez,
encallados y maltrechos atados a una copa de ron que les devuelve la
inspiración más suprema y a la vez más tenue, bendita prosa se sube trepando a
sus mejillas sonrosadas por el paso del tiempo.
De besos enfrentados cara a cara, frente a frente y sin
bajar la guardia, aguantando la mirada desafiante que dura una milésima de
segundo por ver quién se acerca primero, quién muerde y quién se echa a reír
antes de que al otro le dé tiempo ni siquiera a reaccionar.
De barcos que naufragan en el mar de tus pupilas, de
exploradores que se pierden navegando por tu pelo, embriagados por tu olor, de
vientos y mareas que se retuercen por volver a notar tu sonrisa en un leve
vendaval que se lo lleve todo, porque quiere tocarte de nuevo, quiere quererte
de nuevo, de esos poetas que decía que hablarían de ti si tuvieras piel de
musa, que te reinventarían y te escribirían versos cada vez que te vieran
despertar, que no hay cosa más linda. De escritores y besos que mala
combinación, pero también de ganas de empezar cada día, que morder por primera
vez y de encontrarte entre sábanas, guitarras y libros.
Bohemio, si no sabes ser musa para qué te enamoras de un
escritor.