jueves, 19 de septiembre de 2013

Puedes engañar a cualquiera, menos a la noche.

Una noche te vas a dormir y algo ha cambiado; te sientes distinto y te haces preguntas que no te habías hecho hasta ese momento “¿Y si todos tienen razón?”.

Esa madrugada que no puedes dormir, que no paras de dar vueltas en la cama y que tu cabecita loca una vez más está haciendo de las suyas pensando en lo que se supone que no debería pensar porque todo va “mejor imposible”. Pero no. Es un acto de vandalismo cerebral en toda regla.

Y empiezas a preguntarte por qué haces lo que haces, por qué actúas de esa manera y por qué cada paso que das tiene esas notables y desagradables repercusiones sobre lo que te rodea. Esa noche cerrada que valoras si todo merece la pena, si lo estás haciendo bien o si estás cagándola por completo y lo peor, si te arrepentirás en un futuro de ser quién eres ahora (que no hay peor osadía que notar que lo que haces traerá consecuencias negativas en uno mismo, ojo). Y piensas si estarás siendo un valiente, un cobarde o un hijo de puta de los grandes. ¿Y si el orgullo te estuviera cegando demasiado y no vieras todo eso? Y ya, desvariando relacionas todo eso con la incertidumbre de si te estarás perdiendo demasiados besos, porque en el fondo, muy en el fondo sabes que te faltan abrazos… Y así sin más, ves una profunda reflexión con uno mismo donde la cabeza queda desnuda por completo al más sincero de los hallazgos, el de un ser que aunque se construya fachadas de cara al exterior tiene las mismas necesidades de cualquier persona, las mismas.

Pero menos mal que nadie oirá nunca estas conversaciones con cada uno de nosotros de antes de dormir, porque entonces se darían cuenta de que la fachada es un mero papel capaz de tirarlo el más mínimo atisbo de certeza y entonces sí que estaríamos perdidos, porque sabrían que actuamos como los demás esperan que lo hagamos, siendo fuertes, no dudando, no sintiendo. Y el mayor de los miedos, es que si descubren que la fachada solo es un espejismo, sabrían como hacernos daño.

Pero ser fuertes no es de valientes, dudar no es de inseguros y sentir no es de sensibles.

Y lo bueno de quitarse la coraza, es que si sabes con quién hacerlo, le darás el privilegio de poder hacerte daño  y la confianza, de que nunca lo utilizará en tu contra.


Que al fin y al cabo, somos eso, personas reflexionando a última hora del día y mostrando otra cosa durante el resto del tiempo.