martes, 2 de diciembre de 2014

No pongas los codos encima de la mesa.

Que fuésemos audaces decían. Que miráramos por nuestro bien. Que fuéramos los mejores, los mejores de nuestra promoción, los mejores en el trabajo. Nos mostraron el camino de la competencia. Nos enseñaron a pisar a otros para poder asomar la cabeza. Que había que trabajar duro, decían. Sacrificarse. Ser más, para tener más. Decían. Correr más que el resto. Ser más bellos que el resto. Originales copias repetidas. Es de mala educación, decían. Eso no es aprobado por la mayoría. Lo correcto es. Así no.  Lo estás haciendo mal. Sé fuerte, decían. Pero se olvidaron de tantas cosas que contarnos…

Y es que todos sabemos que en el mundo hay 7000 millones de personas. Pero no pensamos que 2800 millones viven por debajo del umbral de la pobreza.

Que el 10% de la población mundial posee el 86% de los recursos del planeta, mientras que el 70% vive solo con el 3%.

Que 1000 millones sufren alguna discapacidad y la mitad de ellas no pueden pagar la atención a la salud.

Que 748 millones no tienen acceso a agua potable.

Que 700 millones son analfabetas.

Que 45 millones son refugiadas.

Que 35 millones viven esclavizadas.

Que 10 millones viven cárceles.

Que 8,4 millones de niños y niñas se ven obligadas a trabajar en prostitución y conflictos armados.

Que 1 millón viven en la Franja de Gaza bajo un bloqueo militar por tierra mar y aire.

Que 1 de cada 8 mujeres sufren violencia sexual.

La política no sirve para nada. Todos son iguales, decían. No se pueden cambiar las cosas. Son unos locos. Es imposible. Tenemos que aprender a vivir así. Es lo que nos ha tocado vivir. Eso no va con nosotros. Ellos sabrán, decían.

Si vivir así significa aceptar que esto es lo que hay dentro de esas 7000 millones de personas y ya está, paren el mundo que como siga girando va a terminar por ahorcarse con la soga que lleva al cuello.

Que se tambalee la torre de marfil, que se desdibujen las líneas, que se hagan polvo los muros, las fronteras, las concertinas, que la educación nos cambie, que la política nos haga pensar. Que vamos a poner el hemisferio sur mirando al norte, que vamos a plantar nuestro árbol en esta tierra y vamos a regarlo cada día con activismo, acción y vida.

Que los que se quedan callados, siempre serán cómplices. Siempre.

Y tengo este texto pegado en la pared de mi habitación, para que no se me olvide por qué vine, por qué estoy aquí y cuál será la traca final. Y ahora sí, la utopía será descalza para siempre.



"Si no podemos cambiar el horizonte, tendremos que cambiar la perspectiva"

sábado, 4 de octubre de 2014

¿Eliges quedarte? ¿Eliges arriesgar?

Las ciudades como las personas. Que nunca se terminan de conocer del todo. Que enamoran y desenamoran, atan y desatan. Y ahí las tienes, creando y destruyendo, avanzando y abalanzándose. 

Sigue la calle, al fondo hay una galería de arte, un edificio abandonado, ruinas, bares, lugares acomodando el momento, haciendo una mudanza de valores. Ese pub que ves antes era una iglesia, se reza en diferentes altares, a diferentes dioses. Ya ves, las ciudades como las personas, mira cuantos recovecos, cuantos escondites. Ese callejón es como ese secreto que nunca le contaste a nadie, ¿Recuerdas? Te avergüenzas de tanto… Como la ciudad se avergüenza de sus calles sucias, de sus mendigos, de sus putas. Solo enseñamos la avenida principal, llena de flores y de vida. ¿Has entrado en mi perfil de Facebook? ¿Ya viste que feliz soy? Tengo que decirte que lo soy, para qué aburrirte con mi sinceridad.


Las ciudades como las personas. De vez en cuando se hacen galardones, se conmemora el pasado, fotografías, restos de otras vidas, de otros motivos, otros sueños quizás. Como tú con la nostalgia, jugáis a pares. ¿Echas de menos a tu ‘yo’ de hace tres años? Seguro que si él te viera tendría mucho que opinar de tu vida. ¿Te atreves? ¿Quién mejor que tú mismo para juzgarte? ¿Tienes muchas cuentas pendientes contigo mismo? Ten cuidado, la ciudad siempre crece (ese es el negocio del siglo XXI), las personas a veces no, por eso de que no renta.

Las ciudades como las personas. Conociendo un lugar te conoces a ti mismo, conversas contigo mismo, te preguntas, te respondes, te odias y te huyes. Miras mares y torres y tu pasado te dice si debes sentirte pequeño o grande. ¿Soy pequeño o soy grande? Quizá eres pequeño porque no estás donde quieres estar… Pero solo si piensas que ser chiquito es malo.

Las ciudades como las personas, con prisas. ¿De qué huyes? ¿De quién escapas? Del pasado dices, ese que se te rompía en mil pedazos. ¿No será que huir del pasado es una excusa para huir de ti mismo? Cuéntale historias de no dormir a tu conciencia.

Las ciudades como las personas. Conocer gente nueva es hacer una introspección a tu interior, remover recuerdos, ideas, planes y contarlos como te da la gana, no eres lo que eres, eres lo que cuentas en esa primera impresión. Deberes para mañana, estudiarte. Estudiarme. Estudiarnos. Conocerse, ese paso esencial para conocer el resto del mundo.


Llueve, hace frío. La ciudad se moja como tu niño interior. Que está calado. Empapado. Arrugado. Sácale a dar un paseo por la ciudad que tienes delante, deleita tus ojos, párate un segundo, respira hondo y tira para adelante que al final de la calle siempre hay una galería de arte haciendo la vista gorda y creando casualidades. El arte de las casualidades.

                                          Bath es una ciudad y como las personas sueña alto
                                           
                                          Torquay es una ciudad y como las personas, necesitaba un sobrenombre

                                          El mar de la riviera inglesa. Las ciudades como las personas, domesticando todo

                                          London es una ciudad y como las personas, nunca se detiene

                                          Rincones de la capital. Las ciudades como las personas, rebeldes, indomesticables, salvajes


"Nuestro espíritu no lo pueden ver los microscopios" Calle 13.
Sonaba mientras escribía esto.

miércoles, 3 de septiembre de 2014

El miedo a volver

El miedo a lo desconocido. El miedo a que alguien te desordene la vida y ponga tus planes patas arriba. El miedo a no ver más, a perder las raíces, a caer en picado. Salir de la zona de confort, huir en direcciones opuestas y sentir que ya nada nos pertenece, porque nunca nos tuvimos. Miedo a tener miedo. Miedo a echar de menos. Saltos al vacío con nombre propio.

Fuegos artificiales reventado historias, los oídos taponados por la altura y los ojos centelleantes porque ya no saben dónde mirar. Has agarrado con fuerza tus manos al vestido, las mejillas son tan rojas como el corazón del círculo polar y los labios están ardiendo por quedarse callados de nuevo. Pura vida. Pura huida. El amor en carne viva. Volar alto y saborear la caída.

¿Qué seremos? ¿Qué nos queda? Seremos las oportunidades pasando de largo y nos quedarán las ganas. Incompletos y miedosos.


El miedo a todo, el miedo a no ser más, el miedo mientras huyo, mientras el avión despega y el pasado estalla en mil pedazos. 


viernes, 18 de julio de 2014

A las personas que luchan por la libertad.

Dice un terapeuta ocupacional de esos que inspiran, que los valores del terapeuta deben ser la empatía, el poder comunicativo, la solidaridad, el compromiso social y profesional, la guía para empoderar y ofrecer autonomía, la perseverancia y la creatividad. Y quizá estos sean los ingredientes para crear una profesión que no se pone fronteras y que es capaz de llegar a todos los individuos por lejanos que parezcan, las herramientas para construir un mundo donde las oportunidades estén al alcance de todos aquellos que lo necesitan.  

Y es que por mucho que no queramos mirar, hay gente que no llega a fin de mes, familias a las que les quitan la casa, personas que se pasan la vida evitando caer en la marginación… Gente que lucha por seguir un día más, que vive, y para los que la palabra –rendirse- no entra en su vocabulario.

Vivimos en una constante crisis de valores, cada día vemos atentados y dolor en los telediarios, bombas, F16 sobrevolando unos cielos inocentes, disparos y edificios derribados en la Franja de Gaza y al final nos hemos acostumbrado al sufrimiento ajeno, a las guerras y a no actuar. ¿Cómo es posible? Nos emocionamos con una película romántica y no sentimos más que indiferencia cuando vemos el hambre en las noticias. Indiferencia letal, indefensión aprendida.

La solidaridad se ha ido marchando por la puerta de atrás mientras dábamos paso al egoísmo que mueve las masas del siglo XXI. El causante de todo mal, el engranaje perfecto que sostiene el capitalismo. Los principios tienen precio. Hemos cambiado lo que somos por lo que tenemos.

Invertimos millones en avances tecnológicos para medicina y rehabilitación, pero nos olvidamos de que esas complejas máquinas solo llegan a un tercio de la población. Y los demás viven relegados en comunidades donde ni la esperanza asoma por la ventana para dar los buenos días.

Terapia Ocupacional es una carrera poco conocida y quizá por eso, pasamos demasiado tiempo buscando un reconocimiento profesional que se queda simplemente a efectos gubernamentales. Méritos, diplomas, orgullo. ¿Pero quién les reconoce a ellos? Porque en el fondo buscamos lo mismo, ese reconocimiento que nos otorgue una identidad.
No basta solo con dar a conocer la profesión, debemos transmitirla como valores y práctica internacional.

Quedarnos estancados en ese tercio de la población o pensar que no es posible avanzar hacia un mundo más justo solo nos hace cómplices de la dramática situación, cómplices de ellos, que poderosos levantan muros para evitar que les confisquen lo que se han apropiado indebidamente. Porque saben que no es justo, 
saben que duele, que mata, pero no importa porque se lo consentimos.

Luchemos, defendamos las igualdades sociales. Derribemos todo aquello que impide que otros puedan ser felices, callemos voces y gritemos contra la opresión.

No se trata de poner voz a quienes no pueden hablar,  no somos dueños de voces ajenas. Se trata de ayudar a que ellos puedan gritarle al mundo lo que viven y lo que sueñan. Dejemos de creernos el ombligo del mundo y de otorgarnos el papel de portavoces de ellos. Y hagamos que se vuelvan activos, para que nunca más nadie les quite ni la razón, ni la fuerza, ni la esperanza.

Llevémosles una utopía que se precie real. Hagamos que pasar tanto tiempo descalzos, merezca la pena.

Que vivir, sea una obra de arte.






miércoles, 7 de mayo de 2014

¡Te quiero por los sueños!

Te conocí muda y te quise a voces. Nuestros dedos encontraron las manos del otro primero, y después fuimos nosotros. Tan torpes y fugaces como nos acostumbró la vida. La vida, la misma que ese tramo de la historia nos intentó convencer de que cualquier principio tenía precio mientras nosotros descubríamos que esa era la forma justa de agachar la cabeza.

Te conocí rota, y te quise por fascículos. Viví esperando la siguiente entrega, la siguiente  parte que me recompusiera, el siguiente beso que confirmase que nos queríamos como locos. Uno era un descosido y el otro tiraba del hilo que hacía bailar este vaivén de sinsentidos. Vivíamos deprisa por si esto se acababa, por si la cuerda de la que tirar aflojaba.

Te conocí atada y te quise volando. Yo no sentía que estaba en las nubes, yo sentía que volaba en una caída libre hacia tierra, adrenalina pura.

Te conocí dormida y te quise por los sueños, te quise porque contigo era fácil soñar.

Te conocí sin querer. Te conocí a oscuras. Te conocí con versos. Nos conocimos como locos. Nos conocimos como si se tratara de toda la vida, como si siempre hubiéramos estado esperando esta coincidencia. Pero te quise desconocido, te quise lejos, te quise perdido.


Te conocí cuando no sabía echar de menos. Te conocí cuando el deshielo de los polos no importaba si en nuestra nevera seguía haciendo fresquito para cervezas.


Te conocí ingenua y te quise, cuando aprendí que el amor propio suena a voces, viene por fascículos, vuela alto si lo mimas, sueña, da luz en cualquier oscuridad, es libre y capaz de recomponerte cuando te deshielas.



No somos mitades incompletas, que nunca se nos olvide pulir el amor propio, que es el que nos impulsa a avanzar y a ser libres y felices. 



Estoy aprendiendo mucho mirando el mar y mirando dentro de mi y descubriendo que esta ciudad tiene más magia de la que pensaba.

sábado, 8 de febrero de 2014

Salamanca, musa del desencanto y de todo.

Una vez, una persona me dijo que no se necesitaban motivos para brindar. Eran tiempos difíciles de esos en los que no se encuentran causas ni para levantarse de la cama. Vino con una botella y me enseñó que la falta de motivos no supone nada. Podemos con todo. Creo que es de las mejores lecciones que me dieron nunca. Coger e inventarse razones por las que seguir un día más. “No estás sola” dijo y para cuando quise darme cuenta estábamos cantando en bajito canciones de un grupo que más tarde veríamos en concierto.

Hoy, he encontrado la botella con la que apareció un día por casa. Los recuerdos han aparecido casi sin quererlo y cuando he vuelto a la realidad estaba sonriendo. También se puede sonreír de nostalgia. Sonreír porque recuerdo que hubo alguien que en un momento raro apareció para salvar algo insalvable.

Una vez, en un lugar del todo extraño y después de una tarde de conciencia social coincidí con alguien al que le terminé contando por qué odiaba todo lo que odiaba y por qué la meta estaba tan bien dibujada. No sé por qué pero a veces es más fácil hablar con desconocidos sobre las cosas que más preocupan. Me dijo que tenía que llegar a un lugar, a un punto en la vida en el que sintiera que estaba viajando sin moverme del sitio, y que cuando lo encontrase sabría por qué quería quedarme. Tengo esa frase tatuada en el corazón, y aunque digan que los recuerdos del vino no son sólidos yo nunca podré olvidarlo.

Una vez, en un recital de poesía, bebiendo cerveza y con el alma teñida de versos, una poeta dijo que al final, todos buscábamos algo definitivo y que ese era nuestro gran error. Interioricé esa frase como una de esas grandes verdades que se llevan siempre en los bolsillos, con sentido y amor. Mucho amor. 

Siempre había creído en un Peter Pan que busca la libertad como si fuera un niño y yo tenía un miedo grande a decir que sí a algo que no podría cambiar mañana. Aún lo tengo pero ahora sé que si no se está sola pensando algo, las cosas son más fáciles. O al menos no tan difíciles.

Tres momentos en esta ciudad que me hicieron creer que no todo estaba perdido y que añadiré a mi base crítica para seguir construyendo mi utopía descalza. 

Que ojalá allá donde vaya se encuentre a gente que reavive la magia.

martes, 7 de enero de 2014

Rebelde como cuando gritaba en el Amarillo.

Tenía quince años y se le habían acabado las excusas. Buena edad para perderse y mejor para enamorarse. Ya dejó de mentir, de asustarse, de esconderse y de permitir que otros vivieran su vida. Ya no quería ser el niño que esperaban que fuese, había que decirle que no a tantas cosas, que solo sabía dibujar razones para desistir, para no luchar. Con la vida en los labios y la esperanza a flor de piel decidió, con quince años, salir de ésta. Romper con todo, aplastar errores, quemar la voz, gritar por propias alusiones y descubrir por qué tenía que salvarse del delirio ajeno.

No sabía de literatura, de arte, de matemáticas o de biología, o quizá sabía demasiado poco para el gusto de sus profesores, pero entendía que había gente que no podía comer, gente que no llegaba a fin de mes, que sufría, que lloraba, que no tenía hogar, gente que tenía que luchar por cambiar el curso de su vida, y sabía de buena mano que hay conocimientos que se llevan por dentro.

No comprendía por qué tenía que ser el mejor en todo, ni por qué debía obedecer a quienes no daban ejemplo o a quienes sí lo daban.  Se negaba a entender por qué cuatro paredes marcaban el ritmo de su día a día. Tenía quince años y su cabeza era una bomba de relojería a punto de estallar en contra de todo lo que le oprimiera. Pero era Amarillo, y no lo hizo, sino que aprendió de ello.

Leía a conciencia, vivía sin esperar nada, soñaba con el corazón despierto, reía con sus iguales y en el fondo, sin excusas, era feliz.

Y todo lo aprendió a base de golpes, de esfuerzo y de práctica. Supo llenar sus días a base de experiencias, de momentos de amor y de rebeldía. Supo bien llevar la contraria y supo mejor por qué lo hacía. En el fondo, tuvo unos grandes maestros.

Por eso, hoy no será el mejor, ni el más listo, ni tendrá mucho dinero.

Pero probablemente siga soñando lo que vive y viviendo lo que sueña,continúe creyendo en lo que hace y en lo que es. Seguramente siga sin dejar de conformarse pese a todos. Pese a todas las lecciones. Siga sonriendo cada vez que recuerda sus quince años. Porque sabe que es quien es gracias a llevar la contraria. Porque sabe lo que vale un amigo, lo que vale el tiempo y lo que vale lo aprendido fuera de las aulas. Porque sabe lo que es ser libre, al haber estado encerrado.

Y sí, hay motivos, conocimientos, razones y verdades por las que seguir adelante, y si se olvidan, recuerda que eres Amarilla y que eso significa que si pudiste con quince, puedes con cada año. Incluso, cambiar las cosas y hacer que tu vida y que la sociedad lo valgan todo. Porque ya lo hiciste una vez, hiciste que un lugar como ese, valiera la pena.

Para mis Amarillas, para no se olviden de quiénes son y de la fuerza que tienen.


“No quedes en el camino a quién te enseñó a volar”