Que fuésemos audaces decían. Que miráramos por nuestro bien.
Que fuéramos los mejores, los mejores de nuestra promoción, los mejores en el
trabajo. Nos mostraron el camino de la competencia. Nos enseñaron a pisar a
otros para poder asomar la cabeza. Que había que trabajar duro, decían.
Sacrificarse. Ser más, para tener más. Decían. Correr más que el resto. Ser más
bellos que el resto. Originales copias repetidas. Es de mala educación, decían.
Eso no es aprobado por la mayoría. Lo correcto es. Así no. Lo estás haciendo mal. Sé fuerte, decían.
Pero se olvidaron de tantas cosas que contarnos…
Y es que todos sabemos que en el mundo hay 7000 millones de
personas. Pero no pensamos que 2800 millones viven por debajo del umbral de la
pobreza.
Que el 10% de la población mundial posee el 86% de los
recursos del planeta, mientras que el 70% vive solo con el 3%.
Que 1000 millones sufren alguna discapacidad y la mitad de
ellas no pueden pagar la atención a la salud.
Que 748 millones no tienen acceso a agua potable.
Que 700 millones son analfabetas.
Que 45 millones son refugiadas.
Que 35 millones viven esclavizadas.
Que 10 millones viven cárceles.
Que 8,4 millones de niños y niñas se ven obligadas a
trabajar en prostitución y conflictos armados.
Que 1 millón viven en la Franja de Gaza bajo un bloqueo
militar por tierra mar y aire.
Que 1 de cada 8 mujeres sufren violencia sexual.
La política no sirve para nada. Todos son iguales, decían.
No se pueden cambiar las cosas. Son unos locos. Es imposible. Tenemos que
aprender a vivir así. Es lo que nos ha tocado vivir. Eso no va con nosotros.
Ellos sabrán, decían.
Si vivir así significa aceptar que esto es lo que hay dentro
de esas 7000 millones de personas y ya está, paren el mundo que como siga
girando va a terminar por ahorcarse con la soga que lleva al cuello.
Que se tambalee la torre de marfil, que se desdibujen las
líneas, que se hagan polvo los muros, las fronteras, las concertinas, que la
educación nos cambie, que la política nos haga pensar. Que vamos a poner el
hemisferio sur mirando al norte, que vamos a plantar nuestro árbol en esta
tierra y vamos a regarlo cada día con activismo, acción y vida.
Que los que se quedan callados, siempre serán cómplices.
Siempre.
Y tengo este texto pegado en la pared de mi habitación, para
que no se me olvide por qué vine, por qué estoy aquí y cuál será la traca
final. Y ahora sí, la utopía será
descalza para siempre.
"Si no podemos cambiar el horizonte, tendremos que cambiar la
perspectiva"