martes, 7 de enero de 2014

Rebelde como cuando gritaba en el Amarillo.

Tenía quince años y se le habían acabado las excusas. Buena edad para perderse y mejor para enamorarse. Ya dejó de mentir, de asustarse, de esconderse y de permitir que otros vivieran su vida. Ya no quería ser el niño que esperaban que fuese, había que decirle que no a tantas cosas, que solo sabía dibujar razones para desistir, para no luchar. Con la vida en los labios y la esperanza a flor de piel decidió, con quince años, salir de ésta. Romper con todo, aplastar errores, quemar la voz, gritar por propias alusiones y descubrir por qué tenía que salvarse del delirio ajeno.

No sabía de literatura, de arte, de matemáticas o de biología, o quizá sabía demasiado poco para el gusto de sus profesores, pero entendía que había gente que no podía comer, gente que no llegaba a fin de mes, que sufría, que lloraba, que no tenía hogar, gente que tenía que luchar por cambiar el curso de su vida, y sabía de buena mano que hay conocimientos que se llevan por dentro.

No comprendía por qué tenía que ser el mejor en todo, ni por qué debía obedecer a quienes no daban ejemplo o a quienes sí lo daban.  Se negaba a entender por qué cuatro paredes marcaban el ritmo de su día a día. Tenía quince años y su cabeza era una bomba de relojería a punto de estallar en contra de todo lo que le oprimiera. Pero era Amarillo, y no lo hizo, sino que aprendió de ello.

Leía a conciencia, vivía sin esperar nada, soñaba con el corazón despierto, reía con sus iguales y en el fondo, sin excusas, era feliz.

Y todo lo aprendió a base de golpes, de esfuerzo y de práctica. Supo llenar sus días a base de experiencias, de momentos de amor y de rebeldía. Supo bien llevar la contraria y supo mejor por qué lo hacía. En el fondo, tuvo unos grandes maestros.

Por eso, hoy no será el mejor, ni el más listo, ni tendrá mucho dinero.

Pero probablemente siga soñando lo que vive y viviendo lo que sueña,continúe creyendo en lo que hace y en lo que es. Seguramente siga sin dejar de conformarse pese a todos. Pese a todas las lecciones. Siga sonriendo cada vez que recuerda sus quince años. Porque sabe que es quien es gracias a llevar la contraria. Porque sabe lo que vale un amigo, lo que vale el tiempo y lo que vale lo aprendido fuera de las aulas. Porque sabe lo que es ser libre, al haber estado encerrado.

Y sí, hay motivos, conocimientos, razones y verdades por las que seguir adelante, y si se olvidan, recuerda que eres Amarilla y que eso significa que si pudiste con quince, puedes con cada año. Incluso, cambiar las cosas y hacer que tu vida y que la sociedad lo valgan todo. Porque ya lo hiciste una vez, hiciste que un lugar como ese, valiera la pena.

Para mis Amarillas, para no se olviden de quiénes son y de la fuerza que tienen.


“No quedes en el camino a quién te enseñó a volar”