sábado, 8 de febrero de 2014

Salamanca, musa del desencanto y de todo.

Una vez, una persona me dijo que no se necesitaban motivos para brindar. Eran tiempos difíciles de esos en los que no se encuentran causas ni para levantarse de la cama. Vino con una botella y me enseñó que la falta de motivos no supone nada. Podemos con todo. Creo que es de las mejores lecciones que me dieron nunca. Coger e inventarse razones por las que seguir un día más. “No estás sola” dijo y para cuando quise darme cuenta estábamos cantando en bajito canciones de un grupo que más tarde veríamos en concierto.

Hoy, he encontrado la botella con la que apareció un día por casa. Los recuerdos han aparecido casi sin quererlo y cuando he vuelto a la realidad estaba sonriendo. También se puede sonreír de nostalgia. Sonreír porque recuerdo que hubo alguien que en un momento raro apareció para salvar algo insalvable.

Una vez, en un lugar del todo extraño y después de una tarde de conciencia social coincidí con alguien al que le terminé contando por qué odiaba todo lo que odiaba y por qué la meta estaba tan bien dibujada. No sé por qué pero a veces es más fácil hablar con desconocidos sobre las cosas que más preocupan. Me dijo que tenía que llegar a un lugar, a un punto en la vida en el que sintiera que estaba viajando sin moverme del sitio, y que cuando lo encontrase sabría por qué quería quedarme. Tengo esa frase tatuada en el corazón, y aunque digan que los recuerdos del vino no son sólidos yo nunca podré olvidarlo.

Una vez, en un recital de poesía, bebiendo cerveza y con el alma teñida de versos, una poeta dijo que al final, todos buscábamos algo definitivo y que ese era nuestro gran error. Interioricé esa frase como una de esas grandes verdades que se llevan siempre en los bolsillos, con sentido y amor. Mucho amor. 

Siempre había creído en un Peter Pan que busca la libertad como si fuera un niño y yo tenía un miedo grande a decir que sí a algo que no podría cambiar mañana. Aún lo tengo pero ahora sé que si no se está sola pensando algo, las cosas son más fáciles. O al menos no tan difíciles.

Tres momentos en esta ciudad que me hicieron creer que no todo estaba perdido y que añadiré a mi base crítica para seguir construyendo mi utopía descalza. 

Que ojalá allá donde vaya se encuentre a gente que reavive la magia.