Te conocí muda y te quise a voces. Nuestros dedos
encontraron las manos del otro primero, y después fuimos nosotros. Tan torpes y
fugaces como nos acostumbró la vida. La vida, la misma que ese tramo de la
historia nos intentó convencer de que cualquier principio tenía precio mientras
nosotros descubríamos que esa era la forma justa de agachar la cabeza.
Te conocí rota, y te quise por fascículos. Viví esperando la
siguiente entrega, la siguiente parte
que me recompusiera, el siguiente beso que confirmase que nos queríamos como
locos. Uno era un descosido y el otro tiraba del hilo que hacía bailar este
vaivén de sinsentidos. Vivíamos deprisa por si esto se acababa, por si la
cuerda de la que tirar aflojaba.
Te conocí atada y te quise volando. Yo no sentía que estaba
en las nubes, yo sentía que volaba en una caída libre hacia tierra, adrenalina
pura.
Te conocí dormida y te quise por los sueños, te quise porque
contigo era fácil soñar.
Te conocí sin querer. Te conocí a oscuras. Te conocí con
versos. Nos conocimos como locos. Nos conocimos como si se tratara de toda la
vida, como si siempre hubiéramos estado esperando esta coincidencia. Pero te
quise desconocido, te quise lejos, te quise perdido.
Te conocí cuando no sabía echar de menos. Te conocí cuando
el deshielo de los polos no importaba si en nuestra nevera seguía haciendo
fresquito para cervezas.
Te conocí ingenua y te quise, cuando aprendí que el amor
propio suena a voces, viene por fascículos, vuela alto si lo mimas, sueña, da
luz en cualquier oscuridad, es libre y capaz de recomponerte cuando te
deshielas.
No somos mitades incompletas, que nunca se nos olvide pulir el amor propio, que es el que nos impulsa a avanzar y a ser libres y felices.
Estoy aprendiendo mucho mirando el mar y mirando dentro de mi y descubriendo que esta ciudad tiene más magia de la que pensaba.