viernes, 18 de julio de 2014

A las personas que luchan por la libertad.

Dice un terapeuta ocupacional de esos que inspiran, que los valores del terapeuta deben ser la empatía, el poder comunicativo, la solidaridad, el compromiso social y profesional, la guía para empoderar y ofrecer autonomía, la perseverancia y la creatividad. Y quizá estos sean los ingredientes para crear una profesión que no se pone fronteras y que es capaz de llegar a todos los individuos por lejanos que parezcan, las herramientas para construir un mundo donde las oportunidades estén al alcance de todos aquellos que lo necesitan.  

Y es que por mucho que no queramos mirar, hay gente que no llega a fin de mes, familias a las que les quitan la casa, personas que se pasan la vida evitando caer en la marginación… Gente que lucha por seguir un día más, que vive, y para los que la palabra –rendirse- no entra en su vocabulario.

Vivimos en una constante crisis de valores, cada día vemos atentados y dolor en los telediarios, bombas, F16 sobrevolando unos cielos inocentes, disparos y edificios derribados en la Franja de Gaza y al final nos hemos acostumbrado al sufrimiento ajeno, a las guerras y a no actuar. ¿Cómo es posible? Nos emocionamos con una película romántica y no sentimos más que indiferencia cuando vemos el hambre en las noticias. Indiferencia letal, indefensión aprendida.

La solidaridad se ha ido marchando por la puerta de atrás mientras dábamos paso al egoísmo que mueve las masas del siglo XXI. El causante de todo mal, el engranaje perfecto que sostiene el capitalismo. Los principios tienen precio. Hemos cambiado lo que somos por lo que tenemos.

Invertimos millones en avances tecnológicos para medicina y rehabilitación, pero nos olvidamos de que esas complejas máquinas solo llegan a un tercio de la población. Y los demás viven relegados en comunidades donde ni la esperanza asoma por la ventana para dar los buenos días.

Terapia Ocupacional es una carrera poco conocida y quizá por eso, pasamos demasiado tiempo buscando un reconocimiento profesional que se queda simplemente a efectos gubernamentales. Méritos, diplomas, orgullo. ¿Pero quién les reconoce a ellos? Porque en el fondo buscamos lo mismo, ese reconocimiento que nos otorgue una identidad.
No basta solo con dar a conocer la profesión, debemos transmitirla como valores y práctica internacional.

Quedarnos estancados en ese tercio de la población o pensar que no es posible avanzar hacia un mundo más justo solo nos hace cómplices de la dramática situación, cómplices de ellos, que poderosos levantan muros para evitar que les confisquen lo que se han apropiado indebidamente. Porque saben que no es justo, 
saben que duele, que mata, pero no importa porque se lo consentimos.

Luchemos, defendamos las igualdades sociales. Derribemos todo aquello que impide que otros puedan ser felices, callemos voces y gritemos contra la opresión.

No se trata de poner voz a quienes no pueden hablar,  no somos dueños de voces ajenas. Se trata de ayudar a que ellos puedan gritarle al mundo lo que viven y lo que sueñan. Dejemos de creernos el ombligo del mundo y de otorgarnos el papel de portavoces de ellos. Y hagamos que se vuelvan activos, para que nunca más nadie les quite ni la razón, ni la fuerza, ni la esperanza.

Llevémosles una utopía que se precie real. Hagamos que pasar tanto tiempo descalzos, merezca la pena.

Que vivir, sea una obra de arte.