Dice un terapeuta
ocupacional de esos que inspiran, que los valores del terapeuta deben ser la empatía, el poder comunicativo, la solidaridad, el compromiso
social y profesional, la guía para empoderar y ofrecer autonomía, la
perseverancia y la creatividad. Y quizá estos sean los ingredientes para crear
una profesión que no se pone fronteras y que es capaz de llegar a todos los
individuos por lejanos que parezcan, las herramientas para construir un mundo
donde las oportunidades estén al alcance de todos aquellos que lo necesitan.
Y es que por mucho que
no queramos mirar, hay gente que no llega a fin de mes, familias a las que les
quitan la casa, personas que se pasan la vida evitando caer en la marginación…
Gente que lucha por seguir un día más, que vive, y para los que la palabra –rendirse-
no entra en su vocabulario.
Vivimos en una
constante crisis de valores, cada día vemos atentados y dolor en los
telediarios, bombas, F16 sobrevolando unos cielos inocentes, disparos y
edificios derribados en la Franja de Gaza y al final nos hemos acostumbrado al
sufrimiento ajeno, a las guerras y a no actuar. ¿Cómo es posible? Nos
emocionamos con una película romántica y no sentimos más que indiferencia
cuando vemos el hambre en las noticias. Indiferencia letal, indefensión
aprendida.
La solidaridad se ha
ido marchando por la puerta de atrás mientras dábamos paso al egoísmo que mueve
las masas del siglo XXI. El causante de todo mal, el engranaje perfecto que
sostiene el capitalismo. Los principios tienen precio. Hemos cambiado lo que
somos por lo que tenemos.
Invertimos millones en
avances tecnológicos para medicina y rehabilitación, pero nos olvidamos de que
esas complejas máquinas solo llegan a un tercio de la población. Y los demás
viven relegados en comunidades donde ni la esperanza asoma por la ventana para
dar los buenos días.
Terapia Ocupacional es
una carrera poco conocida y quizá por eso, pasamos demasiado tiempo buscando un
reconocimiento profesional que se queda simplemente a efectos gubernamentales.
Méritos, diplomas, orgullo. ¿Pero quién les reconoce a ellos? Porque en el
fondo buscamos lo mismo, ese reconocimiento que nos otorgue una identidad.
No basta solo con dar a
conocer la profesión, debemos transmitirla como valores y práctica internacional.
Quedarnos estancados en
ese tercio de la población o pensar que no es posible avanzar hacia un mundo
más justo solo nos hace cómplices de la dramática situación, cómplices de
ellos, que poderosos levantan muros para evitar que les confisquen lo que se
han apropiado indebidamente. Porque saben que no es justo,
saben que duele, que
mata, pero no importa porque se lo consentimos.
Luchemos, defendamos
las igualdades sociales. Derribemos todo aquello que impide que otros puedan
ser felices, callemos voces y gritemos contra la opresión.
No se trata de poner voz
a quienes no pueden hablar, no somos
dueños de voces ajenas. Se trata de ayudar a que ellos puedan gritarle al mundo
lo que viven y lo que sueñan. Dejemos de creernos el ombligo del mundo y de
otorgarnos el papel de portavoces de ellos. Y hagamos que se vuelvan activos,
para que nunca más nadie les quite ni la razón, ni la fuerza, ni la esperanza.
Llevémosles una utopía
que se precie real. Hagamos que pasar tanto tiempo descalzos, merezca la pena.
Que vivir, sea una obra
de arte.