Tengo una carrera y ahora trabajo en una multinacional de
comida rápida por el sueldo mínimo en un país que no es el mío. Más de la mitad
del sueldo se va en alquiler y transporte.
Miles de personas podrían comenzar así el relato de la precaria
situación que viven como emigrantes porque se han visto obligados a abandonar
su país de origen en busca del futuro que soñaban, o simplemente de un trabajo
con el que ser independientes que en este caso, España, les ha negado una y
otra vez.
No es mi caso. Yo no soy una emigrante forzada. Yo salí de
España por voluntad propia con el objetivo de aprender inglés para desarrollar
mi carrera profesional en el campo en el que me gustaría trabajar. No eché
curriculums en mi país. No hice cola en el INEM. No esperé nerviosa ninguna
entrevista de trabajo. No me desesperé porque se acababan las opciones. No vi
como única salida escapar al extranjero. Y sin embargo, estoy aquí como una más.
Vine para aprender inglés, para cambiar experiencias, vivir…
Y sin embargo, la vida siempre tiene un plan para ti aunque no lo elijas.
He pasado las navidades aquí y aunque me hubiera gustado
volver a casa no he podido. No he podido porque necesitaba el dinero del
trabajo para mantenerme. Nada de caprichos. Vivir… Y si durante todo el tiempo
antes de las navidades tenía dudas sobre lo que quería hacer con mi vida, estas
navidades han servido para despejar todas las incógnitas.
Tengo un trabajo precario por el sueldo mínimo y muchos
pensarán, si has salido voluntariamente vuelve, estudia un Master, intenta
buscar trabajo como terapeuta en España… Tal vez ese sea el camino más fácil
cuando no te gusta algo, huir. Y mira que yo siempre he sido de huir, pero esta
vez, me quedo. Me quedo porque hay que tocar con tus propias manos la vida y el
mundo que te rodea para poder cambiarlo. Me quedo porque hay que saber lo que
es estar debajo del sistema para odiarlo. Me quedo porque es cierto, que hasta
que no nos pasa, no nos preocupa. Me quedo porque abandonar no es la solución,
porque si yo me voy otro ocupará mi puesto, otro tendrá que quedarse aquí en
sus navidades, otro tendrá que pringar para seguir alimentando las bocas que
engorda el dinero. Y eso no puede pasar indiferente. No nos la puede sudar. Yo,
puedo elegir volver a casa cuando me de la gana solo por haber nacido en la
Unión Europea pero alguien de fuera no puede tomar esa decisión. Y eso no nos
la puede sudar. Porque ni yo elegí donde nacer ni la otra persona lo eligió.
Que la soledad mate, no nos la puede sudar. Que no todo en el puto continente
son fiestas, viajes, amigos… Que eso es viajar
sin salir de la burbuja. Y el mundo,
desde la torre de marfil se ve muy bonito porque los árboles tapan la basura
del suelo.
Y no sé si soy emigrante, si soy exiliada ni si hace falta
clasificación porque aquí todos estamos pasando por lo mismo aunque pringuemos
por diferentes razones. Pero estas navidades he pinchado la burbuja, he hecho
saltar por los aires toda la mierda egoísta que llevaba dentro y me he abrazado
a ella como quién se abraza a la esperanza de que algún día cambiaremos las
cosas. De que algún día no habrá
ciudadanos de segunda ni de tercera y ese Dios por el que celebráis las
navidades tendrá que rendir cuentas a todos aquellos que lloran por las injusticias
de la mierda de mundo que estamos consintiendo que construyan.
Y todo el rato veo por las redes sociales putos resúmenes de años personales, pero nadie se acuerda de ellos, de los que no han venido pero siguen estando y quisieran estar. Y ya ves...
Que vine para aprender inglés y al final, mira, como siempre,
estoy aprendiendo de la vida.
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