miércoles, 19 de octubre de 2016

Mujer mar

Ella siempre nos daba consejos por si había un naufragio. Nos decía como debíamos abandonar el barco. Cómo colocar el salvavidas y cómo saltar al mar.

Siempre prestaba una especial atención a no hundirse si había un naufragio y quedábamos a la deriva. Creo que se ahogó alguna vez. Que se hundió y nadie apareció para salvarla. Por eso nos explicaba todo esto. No le tenía miedo al agua y salía a nadar cada mañana cuando vivía en su casa de la playa. Siempre salía a nadar después del desayuno.

Tenía una rutina marcada, cada día hacía lo mismo, menos los martes. Los martes cogía su coche y se iba no sabemos a dónde. Desaparecía. Ese día siempre subía la marea como queriendo llamar su atención pero ella no iba a nadar los martes.

Un armario de su casa de la playa estaba lleno de cuadernos. Escribía algo cada vez que salía del agua. Una nota sobre un naufragio, un consejo para no hundirse en el mar. Era una experta en olas, mareas y vientos.

Una vez se tatuó el viento en el brazo. Y nosotros le preguntábamos cómo alguien puede tatuarse el viento. Se reía y nos decía que si el viento es favorable no te ahogas.

Yo creo que fue feliz aunque a veces se ahogara. Creo que aprendió a nadar para sobrevivir. Y cuando alguien quiere sobrevivir es porque alguna vez fue feliz y quiere volver a vivir esa experiencia. Por eso creo que ella lo fue.

Que caprichosa es la vida. Porque ella murió ahogada en sus propios recuerdos, cuando olvidó como nadar. Cuando olvidó qué era un naufragio.

Cuando su enfermedad apareció, salía a la playa y se quedaba mirando el mar. Después del desayuno. Nunca más volvió a pisar el agua. Sólo miraba el mar. Horas y horas. Luego entraba en la casa de la playa, abría el armario y sacaba un cuaderno sin terminar. Escribía todos los días lo mismo: aún no me he olvidado de olvidar. La fecha del día al lado. Y así durante años.

Los martes desaparecía y cuando se hacía de noche teníamos que ir a buscarla. Se perdía y la encontrábamos llorando. Decía que quería ir a un sitio pero que no recordaba cual. Qué necesitaba una brújula. Nos costaba horas tranquilizarla.

Lo perdió todo menos su casa de la playa. Y allí nos dejó un día, cuando la marea estaba más baja que nunca porque se había cansado de llamar su atención. Creo que no murió por su enfermedad. Que murió de pura melancolía por su mar, porque ya no podía nadar.

Un año después, un domingo me acerqué a la casa de la playa para pasar el día de descanso. Descubrí un lugar escondido donde guardaba brújulas y mapas que ella misma había hecho. Fotografías antiguas. Un diario de un capitán de barco. Su padre había tenido un barco pero naufragó porque no había un faro cerca. Murió intentando no ahogarse. No había viento favorable para él. Ella sobrevivió por el mismo viento que mató a su padre. Por eso construyó la casa de la playa en el lugar del naufragio. Un faro como homenaje a todos los barcos hundidos.

Encontré un mapa que indicaba un lugar cerca de la casa y fui a comprobar que era. Había escondido en el bosque una réplica exacta del barco de su padre y cada martes iba a construir algo nuevo en él. Cada nota que escribía en sus cuadernos cuando salía de nadar era un apunte sobre cómo avanzar el barco. Nadie sabía nada. Nadie lo descubrió antes hasta ese día. Al lado de la puerta principal había tallado una inscripción: el viento no te salva. Te salva la furia con la que te agarras al salvavidas y lo bien nivelada que tengas tu brújula.
 

Qué coraje tenía dentro la mujer mar. Cuánto nos quedó por decirla. Ojalá hubiera sabido que nos salvó a todos, de ese naufragio que llaman soledad. 

miércoles, 24 de agosto de 2016

Una sola cosa he aprendido.

Para hablar de México hablaría de colores. Del azul, del blanco, del gris y del verde.

Tendría que hablar de sabores, de versos, de distancias, de carreteras interminables. Pero eso ya lo escribí todo. Tengo tres tarjetas de memoria llenas de vídeos y de fotografías que demuestran lo inmensamente feliz que he sido. Y tengo un cuaderno de viaje que he ido llenando de recuerdos cada noche para no olvidarme de nada, de ningún color, de ningún sabor, de ningún verso, de ninguna distancia, de ninguna carretera interminable. Tengo México en cada poro de mi piel después de esto tan maravilloso.

(Guanajuato)

Dicen que un viaje se disfruta tres veces: cuando lo soñamos, cuando lo vivimos y cuando lo recordamos. Y también dicen que un viaje de verdad te cambia para siempre. Me gusta reconocer que ambas afirmaciones son ciertas y que comprobarlo es realmente placentero. 

(Faro de Punta Cancún)


Siempre soñé con hacer un viaje de mochilera aunque imaginando que mi primer destino sería Tailandia. El gran país de las sonrisas.
A veces me alegro de que la vida sea tan caprichosa y de que mi primer destino no haya sido ese. Ese giro de 180 grados del que todo el mundo habla. Esas personas que un día conoces por casualidad y unos meses después terminan cumpliendo sueños contigo. Esa magia que te llevas, si no caes en la rutina. Porque al final todo este rollo del carpe diem, de vivir intensamente, de ser feliz y demás baratería de la autoayuda van de lo mismo, de conocer gente que te cambie la vida. Y de tú cambiarle la vida a alguien (por poquito que sea).

(Calakmul, una ciudad de exploradores)


Así que un día nos descubrimos comprando dos vuelos al otro lado del mundo. Con esa ilusión de quién sabe qué está haciendo una travesura de las grandes.

El país de Frida, de Diego Rivera, de Dolores Olmedo, de Octavio Paz, de Flores Magón, de Cantinflas. El país que acogió a la libre Chavela Vargas. El país de los mayas, de los aztecas, de los indígenas, del mezcal, del chile de árbol, de las quesadillas, de los tacos al pastor, el país de la música, de la vida en la calle y de las casitas de colores. Un país de contrastes. 

(Tulum)


Nos hemos perdido entre el azul y el blanco de playas paradisíacas que no dejan indiferente a nadie. Hemos vivido desde fuera la masificación de los resorts a todo lujo y de los hoteles todo incluido. El capitalismo metiendo la mano como siempre para hacernos creer que la realidad está a un palmo del suelo. Hemos visto la cara y la cruz y hemos aprendido a ser viajeros y no turistas empapándonos de todo, sin caer en su trampa.

(Huasteca Potosina)


Hemos caminado con la mochila a cuestas, con mucho calor. Hemos visto el sol y la lluvia, las tormentas y hasta un pequeño tornado en el mar. Hemos cogido colectivos, camiones, taxis, barcos, aviones, coches. Hemos aprendido a quitarnos la mochila tan rápido como a empaquetar todo en minutos y salir corriendo hasta la siguiente parada. Hemos reído, comido y bebido hasta creernos que estábamos en el cielo.

La infinidad verde de la selva, sus pueblos indígenas, sus carreteras llenas de curvas y topes a cada entrada de poblado. La espléndida jungla cuyas vistas desde la pirámide más alta jamás podré describir con palabras. Hemos sido exploradores en busca de ruinas mayas, monos, arañas, serpientes y jaguares. Y casi morimos de calor haciendo autostop en una carretera casi desértica.

(Tramo hasta Palenque. Unos minutos después nos encontramos kms de camiones 
parados por los maestros, que son unos luchadores en México)


En Chiapas me encontré a mí misma y cuando me quise dar cuenta estaba irremediablemente enamorada de ese lugar. Mi queridísimo San Cristobal de las Casas. Revolución sería la palabra, si tuviera que escoger solo una.

He jugado al despiste entre sueños y utopías y así descubrí la belleza en su máxima expresión en la casa de Frida, entre pinceles y cuadros y cojines y tantas flores que parecía que ella seguía paseando por Coyoacán, escribiendo poemas de amor y aferrándose a la vida. Porque cuando llevas años deseando hacer algo y por fin te ves delante de ello, el mundo se hace tan pequeñito que todo lo que quieres es que nada se borre de tu memoria, para que se haga eterno, para que ese sueño dure eternamente. Y he redimido todas mis penas delante de ella, todos los sacrificios, todas las desventuras y por ello supe que ya todo había terminado porque había llegado al final de un camino. Te llevo en mi espalda por siempre, he llenado de flores la piel. Mi dignidad y mi orgullo como mujer y como profesional.

(Un trocito de su diario, en el DF)


Cabe destacar de un viaje que la compañía es fundamental, tanto si se viaja solo como si no. Con quién te cruzas y quién te acompaña será la diferencia mayor de una experiencia. En mi caso, me rodeé de un pelirrojo bien guapo que ha hecho las funciones perfectas de compañero de aventuras. Paciencia, confianza y empatía son los ingredientes para que todo salga bien (y proponerle matrimonio en plan sorpresa) y ojalá nos queden muchas historias más juntos. No sé en cuántos abrazos entenderá que gracias a él he vivido la mejor experiencia de mi vida y la historia más mágica en años. Que me he enamorado de México y que soy una afortunada por haberle encontrado.

(Vivos se los llevaron, vivos los queremos. Pancarta por los 43 estudiantes desaparecidos)

Hemos recorrido 19000km en aire y 2500 por tierra, para llegar a nuestro destino final. Ver a nuestros amigos felices de celebrar el amor, en una preciosa boda. Los anfitriones más lindos de todo el país.

Y eso, que el próximo destino ya empieza a coger forma y que no quiero dejar de hacer esto nunca.
Que un viaje comienza cuando se empieza a planear y las Venas Abiertas de América Latina es demasiado inspirador.


Nos vemos en el sur, mi norte!

(Chiapas, San Cristobal) 




PD: el carpe diem más real que existe es dejar que un desconocido te vea tal como eres, en tus días buenos y en tus días malos, sin un pasado para juzgarte y que te acepte, te respete y te cuide así, en esa desnudez tan imperfecta. Y que cosa tan maravillosa. 

 

domingo, 5 de junio de 2016

Mi fuerte secreto


Te elegiré a ti entre todas las demás. Me quedaré contigo aunque a veces me vaya lejos. Te intentaré identificar con la primera que pase por delante aún sabiendo que eso es imposible. Te pintaré de mil colores. Te lloraré cuando nadie mire..Te respiraré hondo. Te saborearé. Te descubriré caótica y salvaje. Me perderé contigo. Me abrazaré a ti una vez más. Te dibujaré eterna. Te regalaré un lienzo en blanco para que tiñas eso que nadie ve. Te miraré siempre como la primera vez. Me verás vulnerable y me enseñarás a sacarle partido. Te tatuaré. Te tatuaré tres veces y cada vez saldré más enamorada de ti. Te sonreiré. Te odiaré mucho aun sabiendo que a la mañana siguiente me despertaré de nuevo queriéndote más. Te besaré en salidas de emergencia y paradas de autobús. Te daré la mano a escondidas. Te mentiré. Les mentiremos. Les contaremos excusas, y nos creerán. Te pediré ayuda, aunque me cueste reconocerlo. Te recordaré perdida. Te guardaré el secreto. Te volaré y seguiré mirándote con la nostalgia del que llega a casa, otra vez. Te cuidaré. Te reiré. Te gritaré. Te viviré con fuerza. Te seguiré escribiendo palabras entre mis textos, tú siempre me rimarás con la vida. Te morderé cuando haga frío. Te seguiré dando las gracias. Te seguiré eligiendo a ti. Te seguiré eligiendo a ti. Mi musa. Mi escuela. Mi inspiración. Mis ganas. Mi fuerte. Mi y todo mi eres tú.


Te voy a estrujar hasta que se nos agote el aliento. Y luego, contaré los días para volver. Y nunca me iré demasiado lejos.

Caótica Londres. 





lunes, 16 de mayo de 2016

¿Y tú qué haces cuando nadie mira?

Tiraron la estatua de la plaza mayor poco antes de las fiestas del pueblo. Se rompió un brazo del impacto contra el suelo y él, que andaba jugando cerca, recogió un dedo de metal que cayó justo en sus pies. No podía dejar de mirar la estatua mientras los mayores celebraban la caída de quién había sido su jefe de estado durante décadas. 

Él, no entendía por qué un trozo de metal podía tener tanto simbolismo. El niño de buenas notas y misa diaria, con sus ocho años cargados de inocencia, se descubría mirando a la gente de su pueblo rompiendo lo que hasta entonces habían llamado arte. Y él, se sentía fuera de aquello, solo era un niño.
Se guardó el dedo de metal en el bolsillo y salió corriendo de la plaza. Le preguntó a su madre por qué estaban tirando la estatua más importante del pueblo y su madre le contó la historia de aquel dictador.

Dos días más tarde, en la iglesia se quedó mirando las figuras e imágenes mientras todos rezaban de rodillas ante ellas. Estaba agarrando el dedo de metal dentro del bolsillo, estaba poniendo todas las fuerzas que un niño de ocho años puede poner para entender algo y como no llegaba a ninguna conclusión, luego de enfadarse consigo mismo salió llorando de la iglesia.
Lloraba porque no podía ser adulto, porque no podía entender lo que pasaba a su alrededor, porque no podía pensar como los demás y porque no podía dejar de darle vueltas a aquello. Su madre le abrazó y le calmó y le preguntó mil veces que le pasaba y el niñito contestó al fin: yo quiero quedarme el dedo de metal pero tengo miedo de guardarlo y volverme como ellos.

Habían tirado una estatua y lo habían celebrando pensando que empezaba la libertad, pero el niño vio que luego iban a la iglesia y rezaban a diez estatuas más. Vio a las mismas personas hacer las cosas como dios, cuyo hijo estaba en una estatua, les decía que las hicieran y el pobre niño no podía encontrar la diferencia entre una estatua y otra. Él solo veía hombres manejando a otros y a nadie le importaba donde cayeran los restos de esas estatuas.

Su madre le dijo que tirara el dedo si le daba miedo y que la diferencia entre ser un hombre bueno y malo no estaba en una estatua.

El niño decidió tirar el dedo al llegar a casa.

Mañana se habrá olvidado de todo esto, pensaba su madre.

Se equivocaba, treinta años después, el dedo seguía en la mesita de noche.  Nunca más volvió a creer en dios, por suerte, tampoco en dictadores.

Es profesor de historia y siempre cuenta esta anécdota. Hay que ser poeta para que aprendizajes así no se borren nunca de la memoria, aunque haya poesías que no haga falta escribirlas.


PD: ni dios, ni iglesia ni ningún nombre relacionado con tan basta hipocresía merecen llevar una letra mayúscula. 

martes, 9 de febrero de 2016

Y de dar patadas a las piedras aprendí...

Escríbeme algún día, cuando te sientas solo por ejemplo. Cuando te asomes al precipicio y te acuerdes que el vértigo sigue haciendo de las suyas. Cuando intentes sonreír pero tus labios te lo impidan. Cuando beses a otra que no soy yo y te pongas nervioso. Podemos ser amigos.

Llámame, que los finales se pueden tachar, romper, borrar. Que podemos hacer una cometa con el punto y final y mandarla a la mierda. Que yo voy coleccionando folios en blanco para mostrarte cuando pienses que ya se acabó todo. Mira, mira, mira. Todo esto es nuestro. Pero si no los quieres no pasa nada, al final lo importante no es de quién se escribe, sino donde se lo escribes.

Cuéntame cómo te va, en qué piensas antes de dormir y que es lo primero que buscan tus manos cuando te despiertas. Dime que te va bien, que eres feliz, al fin. Que te gusta lo que haces, que tienes tiempo para volar, que ya no huyes cuando todos se giran. Que conociste a alguien que te hace vibrar, que te sientes más vivo que nunca. Más vivo que conmigo. Que me olvidaste, que en todo este tiempo no pensaste en mi, que avanzábamos por inercia hacia un lugar sin luz y que juntos no hubiéramos sido felices. Dime qué era lo mejor para los dos. Separarnos. Que fue una buena decisión y que nunca te arrepentiste. Que el problema al final te hizo aclarar las ideas. Que ya no tienes un desastre arañándote las heridas. Y secándote las lágrimas.

Escríbeme, que ya no estoy nostálgica de ti. Escríbeme ahora que me puedes contar la verdad, no tengo muchos momentos objetivos en mi vida. Aprovecha para decirme lo que nunca me dijiste porque dolía. Ahora que no duele tu ausencia. Ahora que seré capaz de alegrarme por ti. De desearte lo mejor. Ahora que tu mundo salió de mi órbita, ahora que no reconozco lugares donde estuvimos juntos. Ahora. Llámame, coge el teléfono y pregúntame. Yo sigo trepando por la estatua de sal, pero ahora, ya no tengo dos cuerdas y pago a plazos fijos el salvavidas. Por si vuelves. Tengo asegurado a todo riesgo el corazón.

Es broma, quedaba poético eso del corazón. En verdad tengo aseguradas mis manos, mis pupilas, mis rodillas, mis tatuajes y mi sonrisa, para que me veas entera, para que veas que recompuse los pedazos y que Lasai sigue viajando descalza. Exactamente distinta que antes de conocerte.

Nunca entendí el concepto de amor cautivo, porque lo importante de que alguien se fuera de tu vida es que te dejaba un ideal y los ideales no se iban si uno no los echaba. Aprendí a quedarme con eso.

Y creo que una vez más, si el éxito es aplicable al fracaso, volví a acertar de lleno.

Lasai tiene un cuaderno nuevo de viajes. Y ya no escribe solo cuando está triste. Ahora escribe cuando se vuelve loca también.