domingo, 4 de febrero de 2018

Los cuerpos desnudos de las musas.

Amor libre. 


Los sueños desprotegidos
al alcance de cualquiera.

El alma desnuda
y cada poro de su piel lanzando una llamada,
una llamada a la más sublime de las historias,
mientras crea vida con cada centímetro de su cuerpo.

Su nuca y su espalda acariciadas por otras manos
y esas manos averiguando cada razón por la cual estaba enamorado.
Pero enamorado de todo lo que fuera inmortal.
Manos heladas.

Su existencia,
salvaguardada por la sinrazón;
cada vez que se quitaba el miedo
a ser descubierto sin alas.

No era miedo al amor,
era miedo al amor cautivo.
Nunca se aferró a nada que no volara.
Y su forma de querer sólo
cogía altura al desnudarse,
al desnudarse de todo,
de todos.

Y desnudarse no era quitarse la ropa,
desnudarse era quitarse las cadenas
para no tener miedo a ser libre con alguien
y no tener miedo a no poder alzar el vuelo,
otra vez.

Desnudarse en un puerto sin amarres.
Desnudarse en  alguien sin prisa,
desnudarse en un aeropuerto lleno de cometas.


Por eso, cuando miraba la espalda de ella
y no veía indicios de alas
necesitaba huir.

Cogía sus sueños y salía corriendo,
persiguiendo una utopía que no llegaba nunca.

Utopía que no se desnuda.
Utopía que sólo se viste de palabras.
Utopía ideal.
Utopía sin rutina.

Y él sigue huyendo en su misma dirección,
siempre diez pasos por detrás.
Buscándola en otras manos,
buscándola en otros cuerpos,
buscándola al fin y al cabo.

Pero él camina,
hacia donde en el fondo vamos todos,
hacia una vida en la que no duela desnudarse delante de alguien,
donde no haya miedo a dormir abrazados,
donde no haya miedo a despertar,
porque sabes,
que cuando lo hagas,
los sueños seguirán en el suelo
donde los dejaste,
desprotegidos
al alcance de cualquiera
y esperándote.

Esperándoos.

Y la utopía sonríe,
allá a lo lejos
sabiendo,
que lo ha logrado,
que ahora sus sueños son el doble de grandes.


Y el doble de libres.

2 comentarios: